Una vez soñé que había sido un niño
Una vez soñé que había sido un niño.
Había vivido en una familia con mi papá, mi mamá, mis dos hermanos. Había nacido en una familia de recursos moderados, así que no podía quejarme de lo que tenía. Los primeros años fui el favorito en la casa, incluso mis dos hermanos eran felices haciéndome reír aun cuando no les entendía nada. Poco a poco fui creciendo, aprendí a gatear, caminar, balbucear y a hablar, y claramente mejoraba en mi especialidad, sonreír y reír a carcajadas. Era muy feliz en aquella familia que poco iba conociendo y amando cada vez más.
A la edad de cuatro inicié mi relación con mis amigos en el jardín de niños, aunque por cierta razón, sentía aun asco sin sentido hacia las niñas, aunque no sabía que en algunos años me iban a gustar. En la escuela primaria empecé a conocer el mundo, y era capaz de leer lo que decía en mis libros de dibujo, entendía como era que mi hermano me hacía trampa cuando repartía los dulces. Las matemáticas me enseñaron que no era justo, pero igual siempre lo perdonaba.
A mis doce años ya podía jugar muy bien fútbol y baloncesto, pero mi afición era el tenis. Tenía muy buen estado físico, y con mucho esfuerzo por parte de mamá, convencimos a mi padre que podría triunfar en eso, pero a medida que crecía me hacía más lento así que decidí cambiar mi raqueta por una guitarra, a lo cual mis familiares estuvieron de acuerdo, ya que tenía talento para la música. Creo que había algo malo en sus oídos.
Finalizando la escuela, una chica me cautivó tanto que mi repugnancia hacia las chicas desapareció completamente. Mi cuerpo sufrió cambios extraños, que según mi padre era necesarios para más adelante en mi vida, y a mis diecisiete años lo entendí mientras me hacia uno con aquella chica que me etiquetó como su novio. Desde aquella noche de pasión desenfrenada, auspiciada por varios amigos de la escuela, me dediqué a complacer a mi cuerpo casi al ciento por ciento.
Después de varias excusas y mucho tiempo, en la universidad, en la cual estudiaba música, encontré varias parejas, y así mismo como las encontraba, se iban. En una tarde de lluvia mientras volvía a mi casa que encontré a una mujer que despertó en mí algo más allá que instinto carnal.
Llegando a los veinticinco años conseguí trabajar como músico independiente con una disquera, y aun cuando tomó muchos años, pude debutar como solista, junto a mi guitarra, una de mis mejores amigas. Aquella noche de celebración, le propuse matrimonio a la que vendría siendo mi media naranja. Un mes después estaba celebrando el mejor día de mi vida, mientras ambos dábamos el sí frente a Dios y un notario.
Con mi empleo, y el de mi esposa, compramos nuestra propia casa, sin dejar de lado a nuestros padres, aunque yo odiaba ir a donde mis suegros, pues eran gruñones debido a mi profesión aunque apoyaban a mi mujer en sus decisiones.
A los tres años de casados una tarde de julio, surgió un día muy importante para mí. Iba a ser padre, pero aun cuando la noticia fue la mejor del mundo, aquel año no pudo ser. Ella no fue lo suficientemente fuerte y preferí perder a mi bebé que a mi esposa. Años más tarde, Dios nos premió por todo el amor y apoyo que nos habíamos brindado en su prueba de vida, y nos regaló dos hermosas hijas.
La alegría de mi vida no duró mucho, puesto que mi padre aquel año nos abandonó, y aun cuando no nos habíamos recuperado, mis suegros fueron los siguientes en irse. Mi familia con mucha fuerza continuó su camino, y ese amor que teníamos hizo que siguiéramos adelante.
A los cuarenta años, mi carrera musical declinó y cambié los escenarios por las partituras, pero nunca dejando mi mejor amiga a un lado. Mi esposa empezaba a comportarse más extraña que nunca y cuando habíamos superado, según yo, todos los obstáculos, un hombre me la arrebató.
Mis hijas crecieron sin su madre, y cuando se separaron de mí, Dios me separó de mi madre. Fue una época muy dura, pero la vida continuó.
Pasé años solos, y poco a poco la gente que conocía se iba tras mis padres, mis hermanos, mis suegros, mi esposa, y solo cuando llegué a los setenta entendí que ya era mi turno de seguirles el paso. Mis hijas y yernos me apoyaban fuertemente a no dejarlos solos, pero no era mi decisión, ya no podía hacer nada.
Lo último que recuerdo del sueño fue haber agradecido a mi vida, y por todas esas bonitas experiencia que había vivido.
— Una vez soñé que había sido un niño, y que había nacido. Gracias mamá. —Fue mi último pensamiento antes de que la aspiradora entrara en mi madre e iniciara a succionar mis extremidades para quitármelas definitivamente.
Cuento escrito en Julio de 2016, y editado en enero del 2017.