La ley del Primer Esfuerzo

En algunos momentos de mi vida me he dado cuenta que soy extremadamente flojo. Eso no quita que no haga cosas o que no sea responsable. Tengo el gusto de presentarles la ley del primer esfuerzo. Es algo que siempre había sabido, pero que, o no había compartido con nadie, o si lo había hecho, no lo tomaba como una “ley” que gobierna mis emociones, sentimientos, impulsos y el resto de mi vida.

Desde que era niño aprendí a ser un flojo, a trabajar muy poco y a usar, sin saberlo, la ley de Pareto. Ya saben, esa ley que dice que el 20% de las cosas que se hacen producen el 80% de los resultados. Era claro que no era un gran chico, y que las cosas se me salían de las manos; eso me daba un solo pensamiento: “no podía hacer más que enfocarme mucho en hacer, aprender o adquirir habilidades” y por alguna razón que no entendía, todo me salía.

En el colegio/escuela/universidad/trabajo JAMÁS estudié/practiqué algo. (Siendo sincero, el empleo que tengo no es resultado de esa actitud pasiva a las cosas). Era curioso que no tocaba mis apuntes de las clases y me iba muy bien en los exámenes. Primero pensé que era suerte, pero no podía pretender que aprendía sin darme cuenta. Era una hermosa época (por lo menos la académica), en la cual aprendía cosas intentándolo un par de veces.

Cosas a aclarar:

  1. Por el hecho de que yo intentara aprender “algo” y lo consiguiera, no significaba que fuera un dotado en ese “algo”.
  2. Si no tenía resultados inmediatos o que generaran valor en mi vida, perfectamente se podían ir a la basura. (Este último le da el nombre a la “ley”).

Al principio me daba cuenta que sucedía mucho con actividades académicas, pero luego se extrapoló en otras cosas. Mi primera vez montando bicicleta, mi primera vez armando un cubo Rubik, mi primera vez escribiendo, mi primera vez tejiendo a crochet e infinidad de ejemplos más. En cada una de aquellas actividades, lo intenté una vez, y a la primera lo “dominé” en la forma más básica.

Esos ejemplos tienen historias muy similares: “Hoy voy a hacer esto…. lo intento una vez, dos veces, y hasta 10 veces. Listo, ya sé ‘hacer esto’, ya es suficiente por hoy y por la vida”. Entonces, me tomaba un corto periodo de tiempo aprender algo, y con eso era suficiente. Lo curioso es que no es tema del pasado. (Aprendí a tejer hace menos de 1 año, y tengo testigos de que en mi primera clase, ya sabía un montón).

Hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones, o en la gran mayoría (últimamente), he aprendido que esto no es solo suerte, sino que debo hacer algo que minimice el riesgo de ‘hacer o aprender ese algo’. Tengo otra teoría llamada “la vida es un juego“, y en ella digo que hay que seguir reglas, y en este caso, toca “romperlas” de forma coherente. (Esto es nuevo en mi vida, pero ha servido). Anticiparme a la situación, conocer, documentarme y finalmente, encontrar esos “vacíos legales” para lograr lo que, en mi caso, quiero “hacer o aprender”.

Pero, cómo funciona, pues si tengo algo que quiero aprender, pues entonces yo me pongo en modo “obsesivo” y termino leyendo, viendo videos, escuchando charlas, participando en foros (maravilloso internet) y un sinfín de recursos con las cuales me empapo del tema en cuestión. Además busco experiencias de otras personas, es decir, busco lo que han hecho otros, lo que no recomiendan hacer, lo que podría fallar generalmente. Con esas vivencias trato de ser meticuloso (eso es lo malo de ser yo), y lo intento, evito cosas que no se recomiendan, planeo alternativas de encontrarme con errores de otros para que no me impacte tanto, gestiono tiempos de respuesta de acuerdo a lo que se debe hacer e incluso borro mi mente de otras cosas y me enfoco (de nuevo, a un nivel enfermizo), pues el objetivo es aprender a la primera y evitar repetir las cosas (Recuerden mi flojera). Es difícil, y se requiere una mente muy fuerte o como en mi caso, tener una motivación tan fuerte que quieras hacerlo a como dé lugar. Aprender tan bien, que debería quedarse en mi memoria de largo plazo, en la memoria muscular, en la retina, en la piel y aunque suene cursi, incluso en el corazón. (Acotación, tengo pésima memoria).

Con un corto ejemplo resumiré todo: Yo quería aprender a manejar carro.
Antes de decirle a alguien que tuviera la posibilidad de prestarme el carro y enseñarme (soy consiente que debo hacer un tramite para la licencia). Antes de sentarme tras el volante me empapé de muchas cosas, e hice una investigación exhaustiva en la cual aprendí cómo funciona un carro, cómo funciona el motor, cómo funciona la caja de cambios, qué se debe hacer con los espejos, algunos temas de transito, algo de mecánica básica (esto último no lo logré). No fui el mejor estudiante a la hora de conducir, pero aprendí lo básico, pregunté TODO lo que tenía en mi mente, porque eso es fundamental (Siempre hay que preguntar, aclarar cosas, repetir procesos y “aprender”).
Manejar me gustó mucho.

Luego de la experiencia, es el momento en el que entra un cuestionamiento incluso más importante que “¿de verdad aprendí?”, uno que da la siguiente fase de aprendizaje: “¿Vale la pena o no continuar con esto?”. Es donde viene el tema de “primer esfuerzo”. Independientemente de que haya o no aprendido a ser el mejor en “hacer eso”, evalúo mi desempeño (no todos aprendemos igual, al mismo ritmo, o todas las cosas que se nos aparecen en nuestra vida), el valor que da a mi vida, a mi mente, a mi cuerpo, y es entonces cuando digo sí o no.

En mi ley de “primer esfuerzo”, generalmente analizo la “actividad o cosa”, si la veo útil digo sí, si después de hacerla la primera vez me gusta se queda. Si desde el principio digo no, o después de intentarlo al menos una vez y no lo logro, entonces desecho todo. Créanme que soy muy radical. Incluso, si estoy haciendo algo que dije que iba a tratar de hacer, y eso no me llena, soy un ‘pirobo‘ para detener todo (incluso si afecto a otras personas con mi decisión), por eso pienso mucho antes de hacer algo.

Algo que también quiero dejar claro es que si a mi me gusta mucho el tema, profundizo y aprendo más. Por ejemplo, yo en primer semestre de mi carrera aprendí a programar (fue un hermoso sábado), y solo bastó ese día para decidir que eso era lo que quería hacer en mi vida, y ahora soy un experto del desarrollo de software. (Sí, aprendí a programar en una tarde, me gustó tanto que empecé a estudiarlo por mi cuenta de formas muy enfermizas).

Tocar la guitarra fue algo que me llamaba mucho la atención desde pequeño, así que aprendí teoría musical, leer partituras y tablatura, hacer acordes… todo para triunfar con mis largas y majestuosas manos, pero ya con la guitarra en la mano me di cuenta que no podía, no me sentía cómodo, no me llenaba, así que eché por la borda mi talento (sé que tengo talento para la guitarra) y dije no. La guitarra nueva hoy en día está llenándose de polvo en mi casa.

Ahora, qué pasa si aprendo lo básico y no me enciende la llama… pues no vuelvo a intentarlo a menos que lo necesite. Se supone que ya sé hacer ese “algo”, entonces a menos que lo necesite, lo usaré, de resto… para qué me esfuerzo. Ejemplo, montar bicicleta. Sé montar bicicleta, pero no me mata, no me interesa la bicicleta, y solo monto en ella cuando no tengo otra forma de desplazarme. Cuando me toca montar bicicleta planeo las rutas cortas, medias, por si llueve, por si hay trancones/embotellamientos/tacos, es decir, no dejo de hacer mi parte analítica. Es mejor pensar las rutas que meterme por una calle que no era, y me termine exigiendo más a nivel físico.

Muchas veces pensé que esta actitud a las cosas era rara, pero luego aprendí que los mejores ingenieros de Google son los flojos, y son ellos que hacen las mejores cosas tratando de hacer el menor esfuerzo. Hoy en día lo veo como una mezcla de mi orgullo destructivo, mi flojera, ingenuidad agobiante, la ley de Pareto y, como digo yo siempre, algunos tintes de suerte. (Todo bobo es de buenas).

Debo confirmar que “la ley del primer esfuerzo” no solo trabaja en mí cuando “aprendo algo”, sino para “hacer algo”. Por ejemplo, si estoy escribiendo, contando una historia, y algo me interrumpe, prefiero dejar la historia a la mitad, porque ya perdí el vinculo con, ese “algo”, la historia. Eso me sirve para usarlo como filtro, pues si lo veo importante o interesante, lo retomaré, sino, simplemente lo abandonaré. Por eso mis cuentos los escribo de una sola sentada, porque sino los descarto, por lo menos a la mayoría.

Pues esa es mi “ley del primer esfuerzo”, quisiera saber si hay alguien tan flojo como yo que tiene el mismo pensamiento.