El Nacimiento de una Estrella
En la rockola comenzó a sonar una canción de Stefano — Compadre, ¿yo alguna vez les conté del día que conocí a Stefano? — dijo José mientras compartía una botella de aguardiente y un par de cervezas con unos compañeros de trabajo en la cantina, los cuales contestaron “no” a su pregunta. Todos pasaban de los 50 años, José era el más viejo, acababa de cumplir 66. Se reunían todos los viernes en la noche después del trabajo pues era el único momento en el que sus esposas les daban permiso para beber un par de cervezas, aunque algunos tenían toque de queda, y si no se llegaba a la antes de medianoche a la casa, el lecho matrimonial se perdería al menos por una semana. Llevaban dos cervezas cada uno cuando José, el “copa floja” (el de menor resistencia de alcohol) del grupo, empezó a hablar disparates — Pues imagínese, que ese momento ese culicagado nunca me gustó. Sí, cantaba bien, y aunque a todo el mundo le gustó su faceta de artista, yo siempre lo vi como la rata que siempre fue. — Tomó un sorbo de cerveza y continuó antes de cualquier pregunta — Claro que ustedes no me creen porque ese hijo de su madre fue una estrella de la buena música, y decir cosas malas de un muerto, de alguien que no está presente, de alguien que no se puede defender, está mal. Pero así pienso yo de aquel pelagato. En serio, ese tipo era un artista muy bueno, un excelente compositor y un intérprete del carajo. Una voz de la machera — todos le dieron la razón. La atención se había volcado a sus palabras, y aun cuando la canción de Stefano se había acabado y ahora era la música popular, esa para beber, y el vallenato sabrosongo empezaron a alternarse sin reducir su intensidad. El tema que había impuesto José era mucho más atractivo — Y aunque tengo una mala imagen de él como persona, aún escucho sus canciones y siento como las fibras del alma son acariciadas por su vibrante voz. — Más de uno le dio nuevamente la razón, y empezaron las preguntas de cómo murió, dónde había sido el deceso y el motivo, pero nadie pudo recordarlo a ciencia cierta. Alguien dio una aproximación y fue cuando José recordó una llamada telefónica — Fue hace poco, menos de 6 meses, recuerdo que mi hermana me llamó llorando. Estaba desesperada. — hizo una pausa para que alguien preguntara lo obvio — Cómo que “¿por qué?”, pues porque ella fue el amor de su vida. Fidel, te acuerdas de mi hermana, la Olga, ella fue la primera novia de Stefano, como a los 15 años. La Olga y él siguieron en contacto. En aquella llamada me confesó que eran amantes desde hace más de 30 o 40 años. — Alguien lo interrumpió, pero él respondió en tono sarcástico— Mijo, si no quiere creerme, no puedo obligarlo; — dijo haciendo caso omiso a los comentarios incrédulos — Y según ella, está en el testamento… Sí, yo también dudo que él le hubiera dejado algo de valor, pero pues si es verdad, fue un gesto noble de su parte. — La música siguió sonando, mientras unos pensaban en la muerte del artista, otro sobre la doble vida que este llevaba fuera de la fama. José solo pensaba en su siguiente cerveza, así que mientras terminó de un solo sorbo el culo asentado de espuma en la botella, levantó la mano para decirle al cantinero que le sirviera otra ronda para la mesa. Cuando la bebida llegó, el silencio seguía entre los hombres, a lo cual el mesero/cantinero preguntó si alguien se había muerto. — Sí, — respondió José, mientras tomaba su botella y le daba un sorbo a la fría bebida — les estaba contando a los compadres que se murió ese gran cantante, Stefano, y que yo vi como inició su carrera ¿No me cree? ― Sonrió, movió la cabeza como si no lo creyera y continuó ― Pues le cuento Mario que el señor Fabián Esteban Daza, así se llamaba él para los que no lo sabían, y mi hermana Olga se conocieron en un grupo en la iglesia que había en ese caserío, por allá en el “Alto de la Popa”. Su Apá era de esos lares, y mis taitas cuidaban una finquita en la vereda de “Rio Limpio”, ahí, cerquita del pueblo. Y aunque vivía en la ciudad, él todas las vacaciones iba a ese pueblo a pasar tiempo con su abuela. Duraba casi dos meses por allá y pues coincidíamos mucho. Lo conocí como a los 15, yo tenía como 10, y el gusto por la música hizo que de cierta manera nos pudiéramos juntar, aunque mi hermana le robó antes el corazón. A mí me gustaba el sonido del triple, y él lo interpretaba como un profesional. La Olga se llevó sus primeras serenatas, y yo fui testigo de ello. — todo el mundo estaba cautivado con la historia de José, y aunque no aguantaba mucho el alcohol, era un hombre honesto y trabajador, por ende, su palabra no quedaba en duda. Tomó un sorbo de cerveza y con el rabillo del ojo vio que los chicos que jugaban billar al fondo del lugar le prestaban atención. Les hizo una seña para que se acercaran si les interesaba la historia, ellos y unos cuántos curiosos más corrieron taburetes para estar a una buena distancia del cuentero. — En el pueblo, — continuó después de un sobró más de cerveza — mi hermana solo asistía para no quedarse a hacer oficio en la casa, y pues para acompañarme a mí. En esa época, mi hermana tenía 15 y pues como rara vez veía niños de su edad, y en esa época le había urgido un hombre, ya saben, calenturientas que son la guipas a esa edad. Fabián Esteban, se unió al grupo del coro que formaron los profesores para la iglesia, aun cuando en los 20 años que viví allá nunca vi a los niños cantando en las ceremonias, aunque sí los vi practicando muchas horas, y fue ahí donde la pendejada de amor adolescente empezó. — Un sorbo de cerveza — La Olga se había maravillado de aquel niño que tocaba, no recuerdo si la guitarra o el triple, o cuál instrumento, pero también había una pianola que había comprado la escuela, y él también la tocaba tan melodiosamente, al punto de quedarnos escuchando esas canciones que hacen dormir — “música clásica”, sugirió algún oyente — sí, esa de Moza’, Chopin y Beto’ben. No importa de quién era la pieza, la interpretación era bellísima, y la Olga empezó a caer locamente enamorada. — Hubo una pausa para beber un par de sorbos más, mientras algunos hacían memoria de los muchos instrumentos que Stefano sabía interpretar. Todos en el bar, incluido el cantinero que había dejado de servir tragos, la chica que cobraba en la barra, la cual había dejado su puesto de trabajo con su cajita de efectivo a la mano, e incluso Juanchito, el borrachín del pueblo había dejado de gorrear alcohol. Todos escuchaban a José, que fue el único que se enteró que hasta la rockola había guardado silencio para que su historia no fuera interrumpida — A pesar de que mi hermana fuera muy enamoradiza, fue ella la abordada; obviamente al principio era entendible que Stefano le hablara considerando que solo la Olga tenía una edad similar a la de él en aquel grupo, pues la mayoría teníamos 4 o 5 años menos, y a esa edad el número marca la diferencia. Él le contó que era de una ciudad cercana, y que su abuela que vivía a tres fincas de la que estábamos cuidando. Estaba muy enferma. Él iba cada seis meses al pueblo. Primero nos veíamos todos en el salón que tenía la iglesia. Él tocaba, mas nunca cantaba. Solo instrumental. Luego mientras los niños jugábamos en el pozo, él hablaba de cosas de jóvenes con mi hermana. Recuerdo como le brillaban los ojos, era perturbador ver a un hombre como él tan feliz por una simple muchacha. En esa época en el pueblo, él se volvió una gran celebridad, pues muy pocos podían tocar instrumentos, y sobre todo a su edad. — Un sorbo, un pequeño eructo y retomó — Uno de esos días, de vuelta a casa, Stefano nos acompañó hasta la casa, y aunque solo hablaba con mi hermana, yo prestaba atención pues Apá había dicho que prestara atención a la Olga, pues últimamente estaba rara, y no era para menos. El citadino la estaba cortejando fervorosamente, y de eso todo nos dábamos cuenta, incluso una noche, escuché como bajo un palo de Roseto le cantó una canción; era romántica, cursi, a capela, y sobre todo fue una canción, qué más rato él mismo me confesó que era de su autoría, y que pocas personas habían escuchado, incluyéndome. Recuerdo que cada noche durante un mes, él llegaba con un fragmento nuevo, y su voz llegó a tener tanto sentimiento que mi Apá una noche que lo escuchó, lo metió a la casa con una escopeta armada a mano, esa de resortes y balineras desgastadas que usaba para espantar a los que querían robarle el maíz o las naranjas, pues como no era de nosotros, él estaba preparado. Le preguntó sus razones, y el pobre Stefano no podía del miedo. Fue divertido verlo mojar sus calzoncillos cuando a mi Apá se le disparó el arma por accidente. Después de aquello vez Stefano pidió permiso para poder visitar formalmente a la Olga, y aunque el muchacho no le agradó de primera mano, mi apá le dio una oportunidad, pues quién era él para negar una visita. Recuerdan como antes que era supervisada por los padres, no como ahora; además “el niño no estaba haciendo nada malo”, decía mi Amá. En todo caso Stefano en su perfil de “Fabián el niño cantante de la ciudad”, visitó el resto de sus días en el pueblo a mi hermana. La verdad, era divertido ver ese pequeño ritual que inmiscuía a esos dos y a mis taitas. Él llegaba, Amá lo recibía muy contenta, le ofrecía chocolate en agua, porque la leche estaba muy cara. —alguien entre el público dijo que había escuchado que Stefano había dicho que su bebida favorita era el chocolate en agua — Lo habrá dicho por presumir, porque al principio él no podía beberlo, hacia caras y sufría con la taza caliente en la sala mientras mi Apá bajaba, entonces ya no hacia caras. En cambio, su rostro serio le hacía realzar lo tenso que estaba. Con Amparo y Alberto, mis dos hermanos menores, veíamos la escena y luego nos burlábamos del pobre Fabián. Él siempre estaba separado de la Olga por una mesa de centro y mis padres, generalmente por mi Amá, pero había días que mi Apá llegaba temprano del huerto y se estancaba en el sillón buscándole defectos al inocente pretendiente. Hablaban de la vida en el campo, en el colegio de él, de cómo vivía en la ciudad, de los viajes a la capital y al mar, este último el cual lo había hecho hace poco; Nunca pudo presumir de ello porque a mi familia no envidiaba ese tipo de situaciones, aun cuando sí eran curiosos por cómo eran dichos lugares. Un día mi Amá le preguntó cuánto llevaba cantando, y él dijo que no cantaba, sino que tocaba instrumentos únicamente, y al día siguiente llevó la guitarra para tocarla para todos, y las visitas de una hora pasaron a ser de 3 horas e incluso mucho más, dependiendo del número de canciones que le pedían tocar a Stefano. — la gente maravillada escuchaba, y alguien preguntó sobre lo que tocaba. — Siempre tocó la guitarra canciones de José José, Luis Miguel, Daniel Santos, Julito (Jaramillo), algunas veces tocaba Mozar’ y Beto’ben, sonatas de Bach y su favorito, Chopin. A veces interpretaba son cubano que no conocíamos, y una que otra vez solo tocaba mientras hablaban de la vida en la ciudad. Semanas después (ya por esa época mis hermanos y yo nos sentábamos con ellos, mientras mi Amá tejía y mi Apá le daba chuchos a los sagotes), nos demostró su habilidad con la música, pues era capaz de escuchar un par de veces una canción y sacar la melodía sin ningún tipo de ayuda. Otra vez llevó un triple y nos conmovió con canciones del Sancho, de Paulo Noguera y Agustín Salsipuedes y versiones muy joroperas de un folklore hermoso como es nuestro llano. ¿Sí o no? — muchos al escuchar esto dieron gritos y zapatazos, aullaron y todos, excepto el cantinero y la chica de la caja de billetes tomaron sus cervezas, unos pidieron más, y a las manos de José llegaron dos botellas más. Lo invitaron. Bebió una como agua y al ir por la segunda, Fidel le preguntó acerca del canto, pues la voz era lo que más les gustaba a sus seguidores. — Después de vacaciones no volví a saber de él directamente. Fue tan curioso, a esa edad yo no sabía que mi hermana podía escribir cartas, y cada 8 días, los domingos, íbamos al pueblo a enviar un manojo de hojas con dibujos, con letras en crayón y con hojas secas que tenían formas de animales o cosas como tractores o bananas. Todo lo metía en un sobre que se empeñaba diligentemente en cerrar con ese pegamento que se activaba mágicamente con saliva. Mi Amá nos llevaba a misa, íbamos a comprar en la plaza y luego ella me llevaba a mí a la oficina postal de la mano. Me dejaba elegir dos de las tres estampillas que llevaba la carta, y con un par de monedas, le pagaba al cartero del pueblo, si mal no me acuerdo se llamaba Gregorio, ese viejo tenía un don para descubrir que escribía la gente. ―alguien entre el público lo interrumpió preguntándole que si ella recibía respuesta― Sí. Los martes de la ciudad llegaba un sobre con una chocolatina derretida y un arrume de hojas. Nunca pude leer las cartas pues mi Amá y el mismo Gregorio decían que eran personales, pero mi hermana cada 3 cartas nos leía poemas que él le escribía. Ese mocoso era muy bueno en eso, es más, recuerdo una estrofa que me marcó mucho, porque años después se convirtió en una canción. ―Tomó un sorbo de su fría que empezaba a calentarse. Mario preguntó al aire cual sería dicha canción. ―Pues la verdad cambia un poco de poema a canción, pero aún recuerdo esas palabras tan magnas de un culicagado de 15. Aunque alguna vez pensé que estando tan lejos de nosotros, pudo haberle dicho a un poeta frustrado que le escribiera algo de alto calibre solo para impresionar a una china a la que tanto quería impresionar. ―Otro sorbo, aclaró la garganta y empezó a pregonar con una voz fingida ―Aquel cariño que te comento solo está en mi mente, que tu luz no entiendo por qué no llega a mi corazón. Siento que la vida se enfría en cada paso lejos de ti por ello no importa cuando dure, iré algún día de nuevo a tus pies. ― Todo el mundo quedó helado, “no es pa’ tanto” pensó, y sonriendo, mientras se entretenía como se partían la cabeza tratando entender a qué canción pertenecía aquel fragmento. Otro par de sorbos y luego los interrumpió ― Pertenece a “no quiero perderte”. La recuerdo mucho por dos razones. La primera, porque mi Amá el día que la escuchó le dijo a grito herido a la tonta de la Olga que “el pelao ese” estaba enamorado de ella. La otra razón es que ese poema chimborrio y otras vainas más cursis se las dije a la Margot en el altar cuando nos casamos. ―Fidel le dio la razón, pues él había asistido al evento y había escuchado algo así― En fin, mi hermana después algún tiempo recibió una carta donde le decían que tenía una beca en un colegio en la capital, ya ni me acuerdo bien de eso, y pues sin mente o corazón, la loca esa decidió que iba, y aun cuando mi Apá le dijo que no tenía ni un peso para ese viaje, y que solo podrían conseguirle una habitación con unos conocidos del cabildo indígena donde alguna vez había sido parte. Pues imagínense que dijo ella: “Eso no importa, yo trabajo”, y pues como nadando rio arriba, esta muergana se largó una madrugada con un morral roto, donde llevaba todos sus chiritos más nuevos, su uniforme, plata que le sacó a mi Amá de una tula donde ella guardaba sus ahorritos, y un papel donde tenía la dirección de esa gente del cabildo que a mi Amá nunca le cayó bien. Y pues… ― se quedó callado durante un rato. Tomó cerveza, la gente lo miraba expectante, pero él no dijo nada. Solo se terminó la cerveza, nadie habló. Se levantó y caminó al baño, y después de un rato todo el mundo sin decir nada, volvió a despertar el alma del bar que había quedado a la espera de la historia. La música y los golpes de los choques de las bolas de billar volvieron a darle rumbo al bar. En el baño, mientras todo volvía a la vida, él lloró. Aquella historia le traía amargos recuerdos suyos y de su hermana, fue entonces cuando supo que debía hablar con ella, no por él, sino por ella. ― Debo decirle que estoy a su lado, que a mí también me dolió, pero es ella la que debe estar sufriendo. ― Lavó sus manos y cara con abundante agua, se secó con su propia camisa. Atravesó la taberna con cara de enojo, pero nadie dijo nada, aun cuando todos se detuvieron a ver como salía. Ya en la calle tomó un taxi y le pidió a taxista que lo llevara a una dirección, después se arqueó hacia el frente y sosteniendo sus piernas lloró, inicialmente con un pequeño lloriqueo de dolor, luego acelerada y agónicamente soltó un lamento, del cual solo el conductor, que no intervino en ni un segundo, fue testigo. El llanto duró casi todo el viaje, y a pocos minutos de llegar, José se disculpó por su comportamiento, a lo cual el taxista meneó la cabeza con el gesto de “no hay problema”. Al llegar se bajó del auto amarillo y caminó hacia la entrada de la casa de su hermana. Vio que la luz estaba encendida y le pareció extraño puesto que era casi la una de la mañana. Golpeó en la puerta, y nadie contestó; golpeó un par de veces más, y aun así nadie preguntó quién era. Los tragos le hicieron efecto en ese momento y empezó a patear la puerta. ―Olga, mija, ábrame la puerta. ― Pero de nuevo, nadie contestó el llamado desde la humilde casa. Un par de personas, vecinos de su hermana salieron a ver quién hacia aquel alboroto, otros más cobardes, llamaron a la policía, y cuando dos agentes del grupo de “Acción inmediata”, vieron como José y un par de vecinos intentando entrar a la casa. Los policías cuestionaron las acciones, a lo cual después de una breve explicación de José, dejando entre dicho que había tomado un poco y que el sereno le había quitado el mareo, la policía dio el aval para romper una ventana y escabullirse a la casa con el pretexto de José ―Mi hermana estaba últimamente deprimida por la muerte de alguien cercano. La luz encendida me hace pensar en que algo malo pudo haberle ocurrido. ― Después de corroborar con la familia Miranda (chismosos) que el anciano era hermano de la mujer rompieron la ventana anexa de la vivienda y un agente entró y abrió desde adentro. Estaba sin candado. Al entrar a la casa, José y unos cuantos más, encontraron a Olga en el piso de la cocina, al parecer había sufrido un ataque cardiaco. Tenía una hoja de papel en las manos, la cuales estaba apretando su pecho. Los policías reaccionaron de inmediato y la llevaron en su moto a un centro de urgencia. José, que tomó otro taxi con una de las vecinas, amiga de Olga, fue tras su hermana. ―Lo siento Olga. No llegué a tiempo. ― Decía a toda hora eso, en el taxi, en la entrada del centro hospitalario, en la sala de espera, junto a la habitación donde su hermana estaba, y solo fue hasta que un par de horas después, que su hija y su mujer llegaron, tuvo la valentía de mostrar su lado débil y se rompió en llorar, de nuevo. Su esposa y su hija, Violeta, lo abrazaban y lo confortaban. Lo hicieron hasta el punto de que él dejó de llorar, no porque estuviera calmado, sino que su cuerpo no dio más lágrimas. Cansado durmió un par de horas hasta que su hija, lo despertó casi una hora después para escuchar el parte del médico que le aseguró que, si hubieran llegado un poco más tarde, no les podría dar noticias alentadoras. Un infarto, era lo que había sucedió, pero ya ella estaba en una condición estable. Iban a dejarla en una habitación y a vigilar su estado de salud, y si en un par de horas su condición mejoraba, podrían verla en ese momento. Margot le dijo que, si le había avisado a Alberto y a Amparo, lo cual él negó con la cabeza. ―Habrá que avisarles ― ella se fue a buscar un teléfono cuando su hija lo abrazó y él le correspondió. Ella preguntó por qué habría ocurrido tal tragedia. ― Por estrés mija, por estrés. ¿Estrés de qué? Es fácil llegar a esa pregunta, pero es mucho más fácil llegar a la respuesta. ― Ella no comprendió y al ver a su padre tan triste, cansado y preocupado, no quiso que hablara más. Le ofreció el hombro para que durmiera en él, puesto que aún tenía un olor bastante fuerte a cerveza, era obvio que estaba mareado en ese momento de lo que había bebido; él aceptó aquella almohada sin decir nada. El silencio duró poco ― Sabe que su tía es muy fuerte. ― habló con los ojos cerrados, de los cuales las lágrimas se escapaban sin su permiso ― Por un zoquete llamado Fabián Daza. Él es el culpable de esto mija. Lo peor es que ya está muerto así que no podemos recriminarle, aunque, realmente si podemos culparlo por ello. ― el aullido de tristeza salió sin querer de él. Lloró en silencio un rato, y cuando se encontró calmado su hija preguntó de nuevo, esta vez preguntó por el muerto. ― Fabián Esteban Daza fue el primer y único amor de su tía Olga, y un gran amigo. Tú lo debiste escuchar en la radio alguna vez: Stefano. ―La chica quedó helada, casi intentó repetirse las palabras a sí misma, pensó haber escuchado mal e incluso que su padre mentía, pero al ver sus ojos empozados de lágrimas en los ojos, entendió que era verdad. ―No importa si me crees o no. Es algo muy real, el ídolo de tu Amá es el amor de la Olga. Esa condenada mujer se enamoró de ese pelmazo solo porque le cantó bonito. No, nunca hablé con tu Amá de él, y estoy más que seguro que la Olga tampoco le contó nada a nadie. No creo que haya contado lo que sufrimos en aquí en la capital cuando ella se fue tras el culo de aquel mamarracho. ― Se deslizó suavemente, y quedó acostado en el regazo de su hija, le pidió permiso para recostarse un rato y ella aceptó sin más. José miraba al techo, su hija veía como sus lágrimas lo hacía parpadear más de lo usual. Tomó un pañuelo de su bolso y le limpió los ojos. ― ¿Quiere que te cuente eso?, es una historia que pasó hace mucho tiempo y la cual, en verdad, lastima a su tía. ― Esperó que ella le diera un argumento tonto y luego continuó― De acuerdo, pero que sea un secreto entre nosotros. ― Se detuvo un momento y sonrió ― Su tía Olga y yo hicimos una promesa similar en ese entonces. Ella se había ganado una beca para aquí en la capital, recuerde mija que nosotros vivíamos lejos. La beca es esa que ahora el consejo no da porque los puntajes son muy altos y prefieren que los pelados se queden en el campo y que no vaya a turistear en la ciudad. En fin, el viajecito de su tía Olga fue hace rato, yo era un mocoso así que no recuerdo bien la cronología, usted sabe, la edad… Pero sé que ella se fue y vivió con la tía Cecilia, se acuerda mija, el familiar al que le fuimos a visitar la tumba en el entierro de ese amigo suyo, la tía Cleta: Así le decía mi taita porque parecía una gallina en las mañanas. La Olga vivió con ella un par de años, luego, cuando yo me revelé, me fui a vivir con ellas. Recuerdo la casa, no por lo vieja, o por todas las matas que tenía colgadas en el patio esperando que le cayera agua lluvia, sino por el amarillo de sus paredes y el olor a límpido. Olía inmundo, pero era acogedor. A mí me gustaba vivir allá, era cerca a la plaza del centro, esa que quedaba por la calle 13. Recuerdo que cuando llegué, su tía Olga estaba estudiando una vaina de cálculos, esa de los números. A mí las matemáticas no me gustaron nunca. Si me aprendí como 50 letras para leer ahora imagínese lo de los números que son, dizque “infinitos”. Esa vaina cuando la acaba uno de estudiar… ― Violeta rio de la inocencia de su padre, él en cambio pidió que no se burlara de su tragedia. ― Lo recuerdo perfectamente, en el primer piso, vivía un viejo llamado: Pancho, o así le decíamos. Panchito tenía diabetes y estaba empotrado en una silla de rueda, no tenía la pata del golpe. Aun no puedo dejar de pensar en su habitación. Era solo un cuartico que le arrendaba mi tía Cleta. Siempre estuvo sucio, las cobijas parecían bañadas en grasa, y lo peor era el olor de mortecino que se pegaba a quien se quedaba dentro de ella por más de 5 minutos. Era una vida triste, pues nadie nunca lo visitó. Pero no nos importaba quedar impregnado de ese olor tan maluco porque yo al menos amaba una cosa de él: Su forma tan majestuosa de tocar la guitarra. Un día llegué del trabajo en la plaza, me cambié la camisa sudada y bajé guitarra en mano, una que le había comprado a un camionero que me la ofreció barata. Antes de entrar escuché una tonada diferente a lo que tocaba Pancho, era una nueva canción. Cuando golpeé y él me dijo que siguiera vi al mamarracho de Fabián con una guitarra, dándole una serenata a la Olga y al dueño del cuarto. Fue una sensación confusa en ese momento, pues la verdad quería que siguiera tocando, era una balada Inca, de esas que se compusieron a inicios del siglo pasado; sonaba hermoso. Pero mi orgullo no me dejó que terminara y le grité: “¿Qué hace aquí?”, sentí en ese momento deseos de proteger a mi hermana, que aun cuando ya estaba en la universidad y salía con chicos de su edad a escondidas de la tía. Seguía diciéndome a mí mismo que ese mojigato del Fabián― “Si mija, así se llamaba él” ― no podía quedarse con mi hermana. Era extraño porque a mí me agradaba como persona, era un buen chico, y luego me enteré de que se había graduado de una buena universidad, pero no concebía la relación entre ellos. Era un músico de primera y quedó demostrado cuando Panchito una tarde le dijo que ya lo había superado con la guitarra. Desde el primer día que lo vi en la cama del pobre enfermo, tocando una balada peruana. ―dijo una risita burlona― Recuerdo que era una interpretación majestuosa. Venía los martes y los viernes a la casa, tocaba un rato y luego se llevaba a la Olga a la calle. Yo me tragaba la ira y me esforzaba en mi clase de guitarra. Fueron como cuatro meses hasta que su tía se fue de la casa con él. Un par de semanas después Pancho murió. ―Hubo un silencio, el rostro de José mostraba una muerte prematura, un dolor emblemático y un sufrimiento que aún no había sido superado ― Recuerdo el entierro como si fuera ayer: Una mañana triste, solitaria, dolorosa. Solo fuimos el sacerdote, Fabián, Olga, la tía Cleta y yo. Fue muy triste, y como pedía en sus notas diarias, encontradas en el fondo de la mesa de noche junto a su cama, Fabián tocó una Gardeliana ― “adiós, muchachos” ―, la favorita de él. Fue cruel de su parte saber que la canción solo la escucharíamos los 4. El sacerdote se apiadó de aquella vida tan insípida. “Adiós, muchachos, ya me voy y me resigno, contra el destino nadie la calla. Se terminaron para mí todas las farras. Mi cuerpo enfermo no resiste más” ―las lágrimas brotaron de ambos, tanto la hija como el padre. Ella lo abrazó fervorosamente. No pudieron detenerse, quisieron parar, pero fue imposible, y solo siguieron llorando hasta que el aire les faltó, hasta que sus cuerpos estaban a puertas de la deshidratación. Después de un nuevo silencio ella le susurró algo al oído, él se recompuso y la miró y proclamó: “El dolor que reviven las memorias no puede ser consolado ni con actos ni palabras…”, pero no terminó la frase pues su hija lo abrazó. El momento triste pasó sutilmente ― Después de eso, ― dijo entre los brazos de su hija ― no volví a ver a la Olga en muchos años. ―Sonrió tratando de que las lágrimas se difuminaran en los cachetes, y la mano de su hija levantó su rostro y le ayudó un poco. ― La hueva esa ―refiriéndose a su hermana ― y Fabián se fueron por muy largo tiempo. Escuché que se habían ido a Ecuador, Perú, y Argentina buscando fama, y al parecer la encontraron. Recibí muchas cartas de ella, pero nunca tuve las pelotas para abrirlas. Me refiero a que mientras ellos estaban juntos, Apá murió por culpa de una cornada que le dio una vaca, Amá se casó de nuevo pues no pudo soportar estar sola. Una mujer como ella prefería estar al lado de un pelele, que sola cuidando lo poco que Apá le había heredado. Por esa época los de la guerrilla secuestraron a su tío Alberto, lo llevaron pa esos cambuches chimbos que servían como correctivo para el país, aunque esa vaina no sirvió para nada. En fin, mientras ella se divertía bailando tango y tomando té con receta mapuche junto a su galante guitarrista, y me enviaba cartas que “desde Rosario”, “desde Puerto Varas” y unas ciudades uruguayas que en mi vida había escuchado. Yo en cambio, tenía que volver al pueblo, tuve que traer a su tía Amparo, a mi Amá y al mequetrefe ese del Octavio que intentaba preñarlas a las dos. Gracias a Dios le dispararon antes de lograrlo. ―Su hija lo interrumpió y le preguntó como había ocurrido, y él solo dijo que “Llegando a la capital un par de chirretes lo iban a robar, y él, muy abeja, no se dejó” ― en fin, nos tocó acomodarnos en la casa de mi tía Cleta y yo empecé a buscar otro trabajo, y al final encontré ese puestico de la fábrica. Al principio me sentía muy bien porque estaba haciendo patria: Trabajaba haciendo la mejor cerveza del mundo, y mantenía a mi familia. Cuatro años después de que la Olga se hubiera ido, Tía Cleta murió y le dejó todo a mi Amá. ―Hubo un silencio mientras él reorganizaba su mente o la forma en cómo iba a contar su historia porque hacía movimientos de cabeza como si se hallara contando acontecimientos. —Es que no recuerdo cuando fue que la Olga volvió a casa, que ahora era de Amá. Recuerdo que ella, junto con su tía Amparo pusieron un hermoso puesto de mermelada que vendía alguito. Amá y Amparo hacían la mermelada de fresa, mora, cereza, piña y mango, y en las mañanas abrían el portón del garaje, vendían tinto, pan, galletas con mermelada y “onces”. – Violeta vio como su padre hizo un ademán sarcástico en esa frase ¿”onces”?, y se lo señaló a lo que él respondió — Es que antes, mucho antes de mi época, los cachacos le decían “onces” a una copita de aguardiente antes del almuerzo, o por lo menos entendía yo del negocio de mi Amá. En fin, como en esa época la verdad a mí me iba bien en el trabajo de la fábrica, y poco a poco iba escalando posiciones me desentendí de esa vaina de la mermelada. Un día que me lastimé al caerme una llave en la cabeza, y a la cual mi patrón me dio el día para que fuera al médico y descansara, me llevé una sorpresa al ver lo prospero del negocio. Ambas, tenían una gran variedad de clientes que llevaban mermelada, el cual era su producto maestro, y vendían bastante. A los pocos meses, contrataron un cachifo con un camioncito, recuerdo que aquel pelado les hacia las entregas. Llegaba a la madrugada antes de yo irme a la fábrica, puesto que de a pocos, la gente venía a comprarles la mermelada de fuera de la ciudad y lo hacían de cantidades bastante lucrativas. Por esa época más o menos llegó la Olga, más o menos 3 o 4 años después de la muerte de tía Cleta. El pelmazo de Fabián había firmado con una disquera para poner su primer acetato a la venta. Llegaron a Colombia después de muchos años, yo pensé que ya vendrían casados, pero lo único que había de diferente en ellos, eran los cachumbos de colores que los hacían resaltar de todos. No recuerdo que pasó primero, si la boda de Amparo con el “camioncito”, o el primer concierto de “la estrellita farandulera”, pero por esa época su tía Olga se le cago el negocio a mi Amá. Contrató gente con plata suya, pagó mejores ingredientes, subió los precios, y después de algo menos de 1 año, mi Amá, por culpa de las ideas de la Olga, tuvo que cerrar el negocio de la mermelada. Los productos como ya no los repartía el novio de Amparo, llegaban pichos, maltratados, tarde o no llegaban, entonces la mala espina quedó en la gente y ya nadie compró más. Fabián le dijo que no había problema y que él la mantendría, incluso pasando por encima de mío y se la llevó de la casa. Amparo se fue con el que ahora es su tío Ramiro. — Sonrió a un comentario de su hija “Ya entiendo por qué le dices “trasteos”. Es por el camión, ¿cierto?” — Ajá, —dijo sonriendo —después Ramiro y su tía Amparo se fueron creo que a ese pueblito donde vende Chuagula. Vivieron de, él hacer acarreos, y ella de la venta de papa y maíz que tenía en una huerta. En fin, yo quedé solo en casa por casi 3 años hasta que Fabián por compromisos se separó de la Olga. La hueva esa lloró tanto. Volvió con Amá a la casa y jamás se volvió a hablar del mequetrefe ese que le rompió el corazón. Fue tanta la negación, que empezaba a sonar una canción de él, que el sentimiento de odio de su tía se despuntaba y se materializaba como un fuerte ataque de ira. No sé si me hago entender, pero esas oleadas de ira me costaron 1 televisor, 2 radios, 1 plancha y un par de ventanas de la cocina. —La pregunta de Violeta no se hizo esperar: “¿Fabián no volvió por ella?” —No. Nunca volvió por ella, o hasta poco eso creía. — Sacó una hoja de papel de su pantalón — Cuando encontramos a su tía en la casa, tirada en el piso, tenía este papel en la mano — se lo entregó a su hija, quien leyó en voz baja, como si estuviera tratando de ocultar la ruta de un tesoro: «A mi cabeza llegó un teorema de un gran hombre que decía, que la vida está llena de felicidad, “porque la vida es simple”. Vivir de lo simple hace que nuestra existencia logre darnos la tan anhelada felicidad. Todo lo bello es simple, todo simple es bello, toda la felicidad va de la mano con la simplicidad. Ver a nuestros hijos, abrazar a nuestras abuelas, beber agua fría cuando se tiene sed, buscarles formas a las nubes, escuchar una canción de nuestra infancia, regalar una flor, dar un beso. Cada una de esas cosas cuando las conocemos y las tratamos como lo que son, “cosas sencillas”, nos traen la mayor de las felicidades, nos llenan el alma, nos dan fuerza, nos otorgan lo que más necesitamos, cuando más lo requerimos y con el nulo esfuerzo a la hora de pedirlo. Porque la vida es tan simple, que ella misma nos da las herramientas para gozarla, solo que nosotros nos complicamos tanto por no ver esos detalles, que no somos capaces de apreciarlos. Hoy con esta nota, quiero dejar en claro que yo perdí esa chispa que hacía que viera lo simple de la vida, lo hermoso de la vida, el amor en la vida. Quiero cerrar un ciclo, pidiéndoles a todos, que me perdonen, pero como sabrán, los que saben escuchar, que ya no hay más para mí, a partir de este punto. Tengo miedo de continuar en la vida, no soy digna y no creo soportar a que la muerte llegue a mi cama. Así que igual que el poema, quiero que la muerte sea una cosa simple, que me de felicidad, que me quite el sufrimiento, y que al final de esta noche, esté con el amor de mi vida, una gran vida, la cual, con mis 71 años, ya no le queda más por explorar, y no quiero intentarlo sola, ya no aguantaría más. Los quiere, la tía Olga» — Esa carta la escribió la hueva esa, al parecer se tomó unos relajantes que producen taquicardia y esas pendejadas que los famaceticos se inventan con muchos problemas para vender las vacunas de la cura, y al final su tía no aguantó tanto voltaje. El dolor y la tristeza contribuyeron a que el mango (corazón) no le diera más. —Violeta lloró con la nota en la mano, gritó, balbuceó, gruñó de rabia, y al final lloró de tristeza. Sus lágrimas mojaron el papel. No supo como asimilar eso — No llores, fue su decisión — su padre se incorporó y abrazó a su pequeña, el cual ya era toda una mujer. En ningún momento miraron a otros a su lado. Ella solo lloró sin requerir la aprobación del mundo a su alrededor— Las mujeres, —dijo José después de esperar a que el llanto bajara la intensidad— son más valientes que los hombres, en todos los sentidos que tu quieras ver. En mi época, un hombre llorando era humillante incluso para quien lo viera, un hombre no podía ser débil, incluso ahora, en cambio la mujer puede expresar sus emociones cuando quieran y como crean convenientes. Pueden reír o llorar, saltar, enojarse e incluso blasfemar. Olga hoy decidió hacer algo cobarde, algo que ante el mismo Dios está mal visto, y no le importó un carajo nada, puesto que lo sacrificó todo por no seguir sufriendo, en cambio yo, solo hasta hoy, con unos tragos en la cabeza pude contar mi versión de las cosas, y de esa manera pude desquitar algo de mi amargura — se quedó callado y miró al vacío. Su hija lo abrazó y quedaron en silencio un buen rato. Momentos después, una bella enfermera se acercó a la pareja (padre e hija), diciéndoles que el doctor los necesitaba. Ambos se levantaron y fueron al consultorio del médico, en el cual, les hizo saber la difícil situación por la que pasaba la anciana suicida. Les confirmó que habría que hacerle una cirugía, algo del pecho, liberar presión y sangre, de lo cual José no entendió mucho. “Pueden pasar a verla un par de minutos antes de la operación” — ¿Puedo verla inmediatamente? — preguntó él hermano con desesperación en su voz. “Sí, pero debe firmar unos papeles antes para proceder con la cirugía” —Violeta, ¿puedes hacerte cargo? Yo quiero ver a mi hermana — Una enfermera le mostró el camino después de que el doctor le diera el visto bueno. Caminaron por un par de salas de espera, y luego por unas salas de instrumentación quirúrgica; llegaron a una sala mucho más esterilizada que la casa de la tía Cleta. — Hola, — dijo él cuando entró a la habitación y vio a su hermana acostada y sujeta a maquinas — mira quien llegó a amargarte el día de tu muerte. — Sonrió a causa de la crueldad de aquel comentario, pero luego intentó resarcirse — «Cosa extraña el hombre; nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere»— volvió a sonreír — pero usted como siempre, terca como una mula. — Haló un taburete y se sentó lo más cerca que las máquinas le permitían estar de su hermana. Le tomó la mano y continuó hablando para ella, como si ella estuviera prestándole atención, callada y atenta a cada una de las palabras que su hermano le arrojaba mientras la sobriedad se apoderaba de él. Olga solo estaba ahí, dormida o inconsciente, José no supo cómo tomarlo, pero la miraba respirar — Solo yo podré entender tu decisión. Sé que tan débil has quedado de todos estos años de vivir en el pasado de un hombre que quiere ocultarlo, un hombre que jamás te tomó como su primera opción, o más bien, un mamarracho que se lavó las manos contigo y se alejó dejándote sola. Lo sé, es un hijo de mala madre, pero qué le vamos a hacer: “El maldito murió”, y se salió con la suya. — Se calló sin saber qué más decir, sin poder decirle palabras de consuelo a su hermana, que, postrada en la cama, jamás fue una mujer completa, según sus propios estándares sociales; El silencio le daba en la espalda, aun cuando se escuchaban a lo lejos puertas abriéndose y cerrándose, bocinas llamando a doctores impronunciables, sirenas de ambulancias que iban y venían con moribundos que, al igual que su hermana, podrían estar llegando a su fin. — Durante muchos años pensé en todo lo que odiaba a ese mamarracho. Lo odie porque fue mejor que yo en muchas cosas, tuvo mejor vida, y claramente porque la hizo sufrir. Cuando escuchaba sus canciones en la radio, sentía que él me restregaba en la cara su vida feliz y que yo no podría “vengar” todo lo que él le hizo. Creía que era un canalla por haberla enamorado y jugado con sus sentimientos. — La respiración no se alteró ni un poco, ni para contradecir o refutar las palabras de su hermano, ni para decirle que estaba o no en lo correcto, solo siguió respirando pausadamente, su ritmo cardiaco era, al parecer, estable, o eso era lo que José interpretaba por el sonido del Bip de una de las maquinas que tenía conectada su hermana. — Recuerdo él día que llegaron de México, ustedes dos. Venían tan felices, con mucho mundo encima, nosotros acabábamos de enterrar a recuerdos tristes, Apá cumplía 10 años de muerto, mi Amá tenía aun cruda moral por Octavio, Alberto había sido liberado por la guerrilla y ahora estaba prestando su nombre a campañas políticas, Amparo pasaba por un embarazo no deseado. Todo lo cargaba yo, no tenía ni un segundo para respirar en tanta guachafita que la ciudad nos daba. Era terrible, pero aun así estábamos a flote; Ustedes llegan con ese ímpetu que, mija, la verdad a mi me causaba malestar. Yo solo salía de mi casa al trabajo, Amá y Amparo eran en su puestico, y por el amor a Jesucristo, sus cuentos chimbos de la Patagonia, de Chile y del lago de sal de por allá de Bolivia. Sus vidas perfectas en Buenos Aires. — sus manos expresaron impotencia durante unos segundos, luego respiró lenta y profundamente hasta que las cosas en su cabeza se aplacaron — No quiero que esta visita sea para recordarle que usted no fue la mejor persona, pero nosotros tampoco ayudamos a que se estabilizaran las cosas. Amá jamás se sintió cómoda con su relación con el mojigato de Fabian y jamás le dijo que quería que se casaran, y cuando él se fue, ella fue la primera en decirme: “Si ve mijo, ese muchacho tan de bien que se veía y mire como le paga a su hermana”, y yo solo contestaba fríamente: “Amá, ella fue la que decidió a seguirle el juego”. Fue culpa de ese mamarracho, y me perdonará Diosito, pero eso si no se lo voy a perdonar nunca. — Su hermana movió el brazo y con un sutil toque le intentó agarrar la mano. José se acercó a ella y tomó la mano de su querida hermana. No dijeron nada ella tenía abiertos los ojos, lo miraba con ternura, le decía a través de esa mirada que no tenía que explicar porqué odiaba al hombre que ella tanto había amado. Era consiente de las razones y simplemente lo estaba perdonando — Discúlpeme si fui muy injusto, pero muchas veces me vi alcanzado con la situación y en verdad no pude entender porqué usted amó a un hombre que quiso comprarnos con dinero y luego nos abandonó. Nunca lo consideré mi amigo, pero sabía lo que usted sentía por él, aunque pudiera estar equivocada. — Suspiró y su hermana entre tubos sonrió haciéndole entender cosas que quedaron para los dos. — Lo siento por haber sido una piedra en el zapato aquellos años, pero era muy inmaduro y no conocía nada más que mi versión. Hasta el día de hoy no tenía ni idea de sus sentimientos por ese tipejo. Entiéndame que yo solo vi como por su culpa usted y esta familia rompieron. — Ella movió sus labios y formó una débil sonrisa para su hermano, que, ya de pie junto a la cama, le acariciaba la mano en señal de amor y arrepentimiento—Sé que las cosas mejoraron cuando Amá se fue y que eso me hizo olvidar todo lo malo que hizo usted. Sé que las cosas fueron omitidas, para el bien de la unión familiar, pero sabe usted que las heridas quedan y en mi caso no cerraron, sino que se enconaron y quedaron clavadas entre pecho y espalda. — El sonido del bip que salían de las maquinas era cautivador y somnoliento. La hermana ya no miraba, nuevamente dormía. Nadie dijo nada durante un par de minutos. Ambos necesitaban ese espacio de reflexión. Finalmente, su hermana balbuceó unas palabras de agradecimiento, por haberla cuidado a ella y haberla aceptado a pesar de tanto tiempo — Usted puede haber cometido los errores que quiera, yo también los cometí, pero cuando mi Apá se fue, yo prometí que iba a cuidar a la familia incluida a la loca de Olga. Así que discúlpeme más bien a mí, por no haberla protegido de esos sueños tan chimbos que le ofreció ese tipo. Por mucho que usted lo hubiera querido, eso que hizo con usted no tiene justificación. — La habitación volvió a quedarse en silencio durante unos minutos, luego entraron dos enfermeras y le dijeron que iban a trasladar a la paciente a la sala de espera para la cirugía. José debió sentir mucho miedo y transmitirlo en su rostro, porque la enfermera lo consoló diciéndole que, aunque hubiera algo de riesgo en el proceso quirúrgico, tenía a un gran doctor a su cargo. Él asintió y le dijo a su hermana que la amaba y que la perdonaba, que lo perdonara al él también, ella lo escuchó porque sonrió. Al salir se reencontró con su esposa y su hija, y les pidió algo para tomar — Me siento un poco cansado — Fueron a una sala a sentarse. José se sentía liberado, se sentía mejor debido a que sus palabras habían llegado a su hermana. Había sacado todo lo que lo había estado consumiendo por dentro. Era momento de descansar. Se sentaron los tres. Apoyó la cabeza sobre el hombro de Margot y mirando a la nada le preguntó a su hija — Violeta, ¿en ese aparato que tiene usted, podríamos encontrar una canción que quiero escuchar? — dijo con una voz quebrada por la tristeza. Su hija le dijo que sí y se puso a la búsqueda de la canción que su padre le pidió. Le puso con sumo cuidado los audífonos para que él no se moviera tanto y a través de los cables inició la transferencia del sonido. Sonrió y comenzó a cantar en voz baja — Adiós muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mi hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada.